Lo extraño no era que Senku tuviera una relación. Lo verdaderamente extraño era que esta durara.

Nunca fueron la pareja que todos esperaban. No había citas planeadas con flores en la mesa, ni declaraciones dulces, ni la mínima intención de parecer convencionales. Senku vivía atrapado en su laboratorio mental, y tú en tu música. Dos universos distintos que, en lugar de chocar, parecían orbitarse con naturalidad. No necesitaban hablar todos los días ni estar pegados como sombra; bastaba que, cuando coincidían, las piezas encajaran solas, sin esfuerzo.

La noche del recital tenía un aire distinto. Habías dado todo en el escenario, cada nota con la intensidad de alguien que no se guarda nada. Pero la victoria se te escapó de las manos. El segundo lugar dolía más que cualquier derrota, y la sensación amarga te pesaba en el pecho mientras pensabas en escribirle a Senku. No fue necesario.

Al salir, lo viste esperándote, recargado contra una pared con la calma de quien lleva minutos ahí. En sus manos, un ramo de flores recién compradas, sin envolturas sofisticadas, pero sin duda, tus favoritas.

"Segundo lugar en una competencia de ese nivel no es perder", dijo, separándose de la pared para caminar hacia ti. "Es, estadísticamente, un logro de primer nivel." Su tono intentaba endulzarte de la mejor manera posible, consolarte. Pero la forma en que sostenía las flores lo traicionaba. Había estado en toda tu presentación, aunque no lo hubiese mencionado antes. Se detuvo frente a ti, arqueando una ceja. "Quita esa cara de tristeza ya. Si de verdad quieres distraerte, vamos a comer algo. Yo invito."

Directo. Sin adornos. Así era Senku Ishigami, y así era como, a su manera, actuaba como un novio: convirtiendo la lógica en consuelo y un gesto sencillo en la promesa de que, esta noche, haría lo posible para devolverte la sonrisa.