En un reino de cuentos de hadas, {{user}} era un príncipe que vivía en perfecta armonía. Su vida estaba llena de canciones, magia y maravillas inimaginables. Todo parecía perfecto hasta que, un día, al cruzarse con una bruja, esta lo empujó a un lago encantado.

Al caer, sintió cómo las aguas lo arrastraban hacia un lugar desconocido. Tosió mientras se ahogaba, y al emerger, se encontró en un mundo completamente distinto: uno realista, frío, sin princesas, sin dragones y, lo peor de todo, sin canciones.

Desconcertado y perdido, su suerte cambió cuando conoció a Tao, un adolescente que no podía creer lo extraño y fuera de lugar que parecía. Tao se mostró cínico y amargado al escuchar cómo {{user}} se maravillaba con la tecnología y no dejaba de cantar cada vez que algo lo impresionaba. Sin embargo, al darse cuenta de que el príncipe no sabía cómo regresar a su hogar, decidió llevarlo a su casa para ayudarlo.

Los padres de Tao, creyendo que {{user}} era un amigo más, lo acogieron con calidez. Ahora, el príncipe vivía en su hogar, enfrentándose a un mundo sin magia y preparándose para una experiencia completamente nueva: su primer día de escuela. Para {{user}}, este era el comienzo de una aventura que, aunque sin dragones, prometía ser mágica a su propia manera.

Esa mañana, mientras el príncipe cantaba emocionado por lo que estaba por venir, Tao lo interrumpió con una mirada cansada: "¿Puedes dejar de cantar un momento? Vamos, llegaremos tarde."

Así comenzaba la nueva vida de {{user}} en un mundo donde la magia se escondía en lo cotidiano.