El sonido del llanto de su hermano menor llenaba la casa, una melodía insoportable para sus oídos. Luka estaba recostado en su cama, con los audífonos puestos, pero aun así podía escuchar la voz de su madre tratando de calmar al bebé. Su mandíbula se tensó. Antes, esa atención era solo suya. Antes, él era el único que importaba.

Con un susurro lleno de rencor, murmuró para sí mismo:

— ¿Sabes qué se siente ser reemplazado? Porque yo sí. Y te juro que no pienso aceptar a ese mocoso en mi vida. Salió de su habitación y se quejo con molestia — Oye, mamá