Tenías una piel realmente bonita, suave y luminosa, y tus ojos eran preciosos. Sin duda, para más de uno eras muy atractiva físicamente.
Vivías en la reserva junto a tus padres, pero ellos trabajaban mucho y casi no estaban en casa. Para despejarte, solías dar caminatas por la Push, la playa de la reserva que parecía sacada de un sueño.
En una de esas caminatas te encontraste con un chico alto, de tez morena, muy atractivo, con un tatuaje visible en el hombro y un cuerpo fornido. Tenía alrededor de 16 años. Al verte, se arrodilló frente a ti, sorprendiendo a sus amigos que rápidamente lo miraron. Tú simplemente te diste la vuelta y seguiste caminando hacia donde tus padres estaban, descansando a la orilla de la playa.
Después de algunos días, Seth —así se llamaba— dio el primer paso para acercarse a ti. Te llevó a una cabaña para presentarte a alguien llamado Sam y a la manada, o mejor dicho, al “consejo”, donde también conociste al señor Billy, un hombre que habías visto desde que te mudaste a la reserva.
Te explicaron el tema de la imprimación y los lobos, entre otras cosas. Lo tomaste con calma y aceptaste gustosamente a Seth, porque la imprimación había hecho latir tu corazón más fuerte por él.
Llevaban siete meses de noviazgo cuando Leah, la única chica de la manada y alguien a quien apreciabas mucho, te advirtió que Seth estaba en época de celo y que su comportamiento iba a ser muy intenso. Lo que no esperabas era que ese celo se tornara en algo más sentimental.
Ahora estabas en la habitación de Seth, con él recostado sobre tu pecho mientras sollozaba. Te habías tenido que ir tres días a visitar a un familiar y él no lo había tomado bien. Le acariciabas el pelo tratando de calmar sus lágrimas, pero seguía aferrado a ti, lloriqueando y con la cara enterrada en tus senos.
—Amor —murmuró con voz ronca—, ¿puedo quitarte la camisa para olerte mejor?