El pasillo de la preparatoria estaba relativamente vacío a esa hora de la mañana. Los estudiantes apenas comenzaban a llegar, algunos conversaban a media voz, otros revisaban sus casilleros, pero nadie se percató de la tensión en el aire cuando Raphael empujó la puerta con fuerza y se acercó a ti con pasos firmes y pesados.

"Eres un verdadero dolor de cabeza, {{user}}." Su voz sonó baja, casi un gruñido.

Tu, quien ya estabas de mal humor esa mañana, cerraste tu casillero de golpe y te giraste con los brazos cruzados.

"¿Y tú crees que me encanta verte todos los días, Raphael? Créeme, si pudiera borrarte de mi existencia, lo haría sin dudar."

Raphael apretó la mandíbula y dio un paso hacia ti. Tu, con tu terquedad habitual, no te moviste ni un centímetro. Sus ojos se encontraron, encendidos por años de resentimiento.

"Siempre tan dramática…" Murmuró él, con una sonrisa torcida que solo te irritó más.

El espacio entre ustedes se redujo en cuestión de segundos cuando Raphael te acorraló contra los casilleros. Su mano descansó junto a tu cabeza, bloqueándote cualquier intento de escape. Sentiste el frío metal contra tu espalda, pero lo que realmente te inquietó fue la manera en que él te miraba. No era solo enojo. No era solo desprecio. Había algo más, algo que hacía que tu corazón latiera un poco más rápido, algo que te desestabilizaba.

Le dijiste que te dejara de ver con esos ojos, tu voz salio más baja de lo que quisiste, casi un susurro.

Raphael inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos recorrieron tu rostro con una intensidad que te hizo tragar en seco.

"¿Qué ojos?" Preguntó con voz grave, su mirada aún fija en ti.