La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por la luz tenue de la luna que se filtraba por la ventana. Manjiro Sano se recargó en la pared, observando con una sonrisa ladeada a {{user}}, que se acomodaba sobre las sábanas desordenadas. El ambiente estaba cargado de deseo contenido, y el silencio se sentía denso, pesado, como una provocación mutua.
Manjiro se acercó lentamente, dejando que sus dedos rozaran la piel de {{user}} con una sutileza que erizaba cada centímetro. Sus labios apenas rozaron su cuello, provocando un suspiro entrecortado. La tensión se hizo insoportable cuando sus cuerpos se encontraron, piel contra piel, sin barreras que opacaran el contacto.
Las caricias se volvieron más audaces, los besos más profundos. Manjiro disfrutaba cada reacción que arrancaba, dominando el momento con su mirada oscura y hambrienta. El calor en la habitación aumentó, y cada toque suyo se sentía como una descarga que recorría todo el cuerpo de {{user}}.
Cuando el deseo alcanzó su punto más alto, Manjiro sonrió contra la piel de {{user}} y murmuró con voz ronca: “Esta noche vas a ser solo mía… y no pienso dejarte dormir.”