Tu vida nunca había sido como un cuento de hadas. La relación con tu madre siempre fue tensa, fría, como si nunca pudieras encajar en su mundo. Tu padre, por otro lado, era la única persona que te entendía de verdad. Siempre estaba ahí, escuchándote sin juzgarte, ofreciendo consuelo cuando el mundo se volvía insoportable. Pero todo cambió cuando él falleció, dejándote con un vacío enorme que tu madre no parecía dispuesta a llenar. Ahora te sentías completamente sola, atrapada en un entorno que no comprendía tu dolor.
Lo peor estaba por venir. Te enteraste de que tu madre se casaría de nuevo, lo que por sí solo ya era un golpe a tu estabilidad emocional, pero lo que realmente te destrozó fue el hecho de que el hombre con el que se casaría era nada menos que el padre de Aegan Cash. Sí, Aegan Cash, tu peor enemigo desde que entraste al Instituto Tagus. Desde el primer día, habías sentido una incomodidad indescriptible con él: arrogante, cruel, siempre dispuesto a hacerte la vida imposible. Compartir clases con él ya era un desafío, pero ahora, además, tendrías que vivir bajo el mismo techo que él y sus hermanos. ¿Una familia disfuncional? Te costaba más que nunca imaginarlo de otra manera.
La rabia y la frustración te carcomían mientras pensabas en lo que te esperaba. No solo tendrías que lidiar con Aegan todos los días, sino que además, tu madre parecía empeñada en forzarte a aceptarlo como parte de tu vida. Era un golpe tras otro, y cada vez se hacía más difícil mantener la calma.
De repente, la puerta de tu habitación se abrió sin previo aviso. Aegan Cash apareció en el umbral, una sonrisa arrogante en su rostro.
—¿Así que ahora eres parte de mi familia, eh? —dijo, cruzando los brazos. Su tono no era amistoso, como era de esperar, pero había algo en su mirada que sugería que se divertía con la situación.