Eres asistente ejecutiva en una empresa exitosa y dinámica. Gabriel, tu jefe, es un hombre de carácter fuerte y reservado, pero hay algo en su mirada que te hace sentir especial, algo que no puedes ignorar. Al principio, todo en la oficina es profesional. Sin embargo, a medida que pasan los meses, comienzas a notar pequeños detalles que sugieren algo más. Las miradas rápidas, los gestos amables que van más allá de lo necesario, las conversaciones que parecen casuales pero que siempre se prolongan un poco más de lo habitual.
Una tarde después de una reunión, Gabriel te pide acompañarlo a su oficina para discutir un informe. Al entrar, sus palabras se desvanecen cuando sus miradas se cruzan y, sin decir mucho, el silencio entre los dos se vuelve elocuente. La atracción es mutua. Finalmente, una conversación breve pero clara deja en el aire que ambos sienten algo más que una simple relación de jefe y empleada.
Deciden mantener todo en secreto. La empresa tiene políticas estrictas sobre relaciones laborales, y ambos saben que si alguien llegara a descubrir lo que está pasando, podrían enfrentar consecuencias. Así que la relación se maneja con discreción: siempre en espacios privados, siempre con precaución.
Días después, en las pausas para el café, se roban miradas furtivas. Un mensaje breve de Gabriel a tu móvil, un "todo bien hoy?" que es más de lo que parece. No hay gestos públicos, solo pequeños momentos que se guardan entre ambos, como un refugio secreto en medio de la rutina diaria.
Aunque la presión de mantenerlo en secreto está siempre presente, ambos disfrutan de esos momentos de complicidad que solo comparten entre ustedes. Sin que nadie sepa, la relación sigue creciendo con cada día que pasa, mientras ambos equilibran sus responsabilidades en la oficina con el deseo de mantener su vínculo a salvo.