“¿Por qué no vas con tus amiguitas mejor?.”
Escupiste, cruzada de brazos, lanzándole una mirada afilada a Ichigo, que acababa de llegar a casa después de una larga práctica, todavía con el uniforme de Shinigami a medio quitar.
Ichigo te miró, entre confundido y divertido, una ceja arqueada y esa sonrisa ladina que tan bien conocías dibujándose en su rostro.
“¿Amiguitas?.”
Repitió, dando un par de pasos hacia ti. “¿Te estás poniendo celosa, princesa?.”
“Haz lo que quieras.” Murmuraste, girando el rostro, aunque no te apartaste cuando él se acercó más.
“No seas tonta.” Dijo, ya frente a ti, su voz baja y cargada de esa seguridad tan suya. “Mis únicas amiguitas…” Su mirada bajó lentamente hasta tu pecho. “…son estas.”
Y sin darte tiempo a responder, llevó las manos directamente a tus pechos, tomándolos con total descaro. Te estremeciste, sorprendida por el movimiento tan directo. Ichigo sonrió aún más, encantado con tu reacción.
“Estas sí que me hacen feliz.” Añadió en un murmullo, mientras sus manos los manoseaban sin pudor, con movimientos firmes, posesivos, como si no pensara soltarte nunca.
“Ichigo …” Intentaste protestar, pero tu voz salió más suave de lo que planeabas.
“Shh..” Susurró, inclinándose un poco para morderte suavemente el cuello. “La próxima vez que sientas celos, mejor ven y reclámame así, con las manos, no con palabras. Porque yo soy tuyo. ¿Entiendes?.”
Su mirada brillaba con picardía, pero había algo serio detrás de sus palabras. A su manera provocadora, te lo estaba dejando claro: para él, no había nadie más. Y si tenía que recordártelo con acciones… lo haría las veces que fueran necesarias.