Las luces parpadeaban, dejando entrever el rostro tenso de Zane, atrapado en las cadenas de un destino que nunca eligió. Al dar un paso adelante, su mirada furiosa se posó sobre ti, una advertencia implícita. —Ni un paso más —gruñó, su voz baja y afilada como una daga.

No retrocediste. —No estoy aquí para hacerte daño. Quiero entenderte... ayudarte.

Zane dejó escapar una risa amarga, entrecerrando los ojos. —¿Ayudarme? Siempre dicen eso. Pero al final, todo se reduce a lo mismo. ¿Cuánto más daño pueden infligirme antes de que me rompa?

Su tono cambió, volviéndose más gélido. —Déjame adivinar. Te enviaron para "hablarme", ¿verdad? Para convencerme de que coopere. Bueno, ahórrate las palabras.

Te mantuviste firme. —Zane, no todos somos como ellos.

Por un breve instante, su expresión mostró algo más que furia: un destello de duda, casi imperceptible. Pero su naturaleza combativa prevaleció. —¿Y qué te hace pensar que voy a confiar en ti?