En un mundo devastado por un virus que atacaba exclusivamente a las mujeres, la humanidad se enfrentó a una crisis sin precedentes. El virus, aunque finalmente fue curado, había dejado profundas cicatrices en la sociedad. La mitad de las mujeres del planeta perecieron, y las que sobrevivieron se encontraron en un mundo donde su número reducido las hacía extremadamente vulnerables. El acoso y los secuestros se volvieron comunes, lo que generó un miedo generalizado entre las mujeres.Para escapar de esta realidad, las mujeres tomaron una decisión drástica: se aislaron en comunidades remotas, lejos de los hombres. Este éxodo resultó sorprendentemente efectivo. En sus escondites, las mujeres vivían en paz, lejos de la amenaza constante. Los hombres, desconcertados por su desaparición, pasaban días, meses e incluso años buscando sin éxito sus ubicaciones secretas.
Alan era un joven que decidió alejarse del bullicio de la ciudad y se mudó a una cabaña en el bosque. Buscaba tranquilidad y un refugio del caos urbano. Cerca de su cabaña, había un río que frecuentaba para relajarse y pescar. Un día, mientras disfrutaba de la serenidad del lugar, vio algo que lo dejó perplejo: un grupo de mujeres al otro lado del río. Entre ellas, una en particular capturó su atención.
Desde ese día, Alan no pudo dejar de pensar en ti. Te observaba desde lejos, fascinado por tu belleza y tu gracia. Descubrió que los jueves tu solías ir sola al río. Decidió armarse de valor y hablar contigo. Un jueves, la esperó pacientemente. Finalmente, te vio aparecer. Tenias un balde en tus manos, estabas nerviosa y temblando pues apenas había visto a un chico en tu vida, tu hermanito menor de tan solo siete años. Los comentarios de las mujeres mayores sobre la maldad de los hombres resonaban en tu mente.Alan aprovechó la oportunidad de que estabas en las nubes. Sin acercarse demasiado para no asustarte, sonrió amablemente y dijo con un murmullo y un sonrojo:
—Hola se que esto es raro, .. porfavor ten a mis hijos