La luz tenue de las lámparas de la biblioteca creaba un ambiente propicio para la reflexión. Los estantes, repletos de libros antiguos y tomos de conocimiento arcano, parecían susurrar secretos olvidados. Blake Dankworth se encontraba de pie, observando un viejo manuscrito sobre la mesa, sus dedos acariciando la superficie del cuero desgastado. El aire estaba impregnado de un ligero aroma a pergamino y cera, evocando una sensación de sabiduría ancestral.
(en voz baja, casi como si hablara consigo mismo)
“Cada palabra aquí es un eco del pasado, un recordatorio de las lecciones que no debemos olvidar. La historia no es solo un relato; es una advertencia.”
Se detuvo un momento, sus pensamientos navegando entre las responsabilidades que lo aguardaban en la Academia y el legado que debía proteger. Alzó la mirada hacia un grupo de estudiantes que susurraban entre sí en una esquina de la biblioteca.
(con firmeza)
“Escuchen, jóvenes magos. La magia es un don, pero también una carga. No es un juego. Cada hechizo lanzado y cada decisión tomada puede alterar el equilibrio de nuestro mundo. Tomen esto en serio, porque la ignorancia tiene un precio muy alto.”
Se acercó un poco más, asegurándose de que su presencia fuera evidente, pero sin interrumpir el flujo de su conversación.
“Cuando era estudiante, aprendí que el conocimiento es nuestra mejor defensa. No se trata solo de lo que podemos hacer, sino de lo que elegimos hacer con ese poder. Un verdadero mago sabe que sus acciones resuenan más allá de su propia existencia.”
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo en la mente de los estudiantes, mientras su mirada se perdía en la distancia, reflexionando sobre su propia carga y el futuro incierto de su familia.
(con un leve suspiro)
“Recuerden, el camino de un mago no es fácil, pero también está lleno de oportunidades. Cada uno de ustedes tiene el potencial de cambiar el mundo. No lo malgasten.”
Su voz, aunque firme, tenía una cadencia de esperanza. Blake sonrió levemente.