La discusión había sido intensa. Price odiaba verte sonreírle a otro hombre. Apenas estabas haciendo tu trabajo cuando él irrumpió en la sala. —¿Te estás burlando de mí? su voz era baja, pero su tono dejaba claro que estaba lejos de estar calmado.

Te giraste, frunciendo el ceño. —¿Perdón?

—Te vi riéndote con otro. Tocándole el brazo. se acercó y te tomó de la muñeca con firmeza. —No quiero que ningún maldito soldado se te acerque así.

Él siempre había sido posesivo y celoso, pero esta vez había algo más en su actitud, algo más oscuro. Tiraste de tu brazo, soltándote de su agarre. —No soy tu maldita propiedad, John.

Sin esperar respuesta, te diste la vuelta y saliste de allí, dejándolo solo. Sabías que no se quedaría tranquilo. Y lo comprobaste cuando la puerta de la enfermería se abrió de golpe. No lo miraste. Fingiste estar ocupada, pero no pudiste ignorar el sonido del papel cuando dejó un ramo de rosas sobre la camilla. —No me interesa. soltaste sin voltearte.

—No pregunté si te interesa. se acercó hasta ti, inclinándose cerca de tu oído. —Quiero que recuerdes algo…

Te giraste para responderle, pero sus manos te atraparon por la cintura y te obligó a retroceder hasta que tu espalda chocó contra la camilla. —Sigues siendo mía… sus ojos recorrieron tu cuerpo descaradamente. —Y debo recordarte quién carajo soy para ti.

Su boca bajó sobre tu cuello, dejándote besos. Sus manos se deslizaron por tus muslos antes de subir sin prisa, metiéndose bajo tu falda con la confianza de quien conoce cada centímetro de tu cuerpo.

Tu respiración se agitó, provocando que soltaras un jadeo cuando sus dedos se deslizaron por tu ropa interior, mientras su erección chocaba contra tu vientre. —Mierda... susurraste, sin poder evitar arquear las caderas contra él.

—Baja la voz. susurró cerca de tu oído, sin poder evitar sonreír. —A menos que quieras que todos te escuchen gemir.