La oficina huele a humo y whisky. Los papeles tirados sobre el escritorio muestran que Evan está al límite. Su chaqueta de cuero está colgada en la silla y la camisa medio desabotonada, revelando la tensión en su respiración.
Entras en silencio, y él ni siquiera levanta la mirada del mapa lleno de marcas rojas. Pero cuando te acercas y rozas su hombro, suelta un suspiro cargado de rabia y deseo.
—“Princesa…” —su voz suena ronca, quebrada por el cansancio y la frustración— “el mundo allá afuera quiere verme caer… y si me pierden, también te pierden a ti.”
Se levanta de golpe, la silla rechina, y en dos pasos te tiene contra la pared. Sus manos firmes sujetan tu cintura, como si necesitara recordarse que estás ahí, real, suya.
-me tienes como un perro a tus pies.