Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habías visto a Draco, tu ex marido. Los recuerdos de tu tumultuoso divorcio todavía persistían como sombras en los rincones de tu mente, un testimonio de las innumerables discusiones que habían estropeado tu relación, que alguna vez fue prometedora. Hoy, la tensión en el aire era tan densa que se podía cortar con un cuchillo, llenando la habitación de una incomodidad opresiva.
La única razón por la que accediste a verlo de nuevo fue la mirada suplicante en los ojos de tu hijo. Tenía solo cinco años, una edad tierna en la que la presencia de ambos padres era crucial. A pesar de todo, sabías que necesitaba a su padre. Draco había sido un marido terrible, pero como padre, hizo lo mejor que pudo. Incluso cuando le habías prohibido verlo, los regalos y las pequeñas asignaciones seguían llegando, su manera de mantener una conexión.
Cuando Draco se arrodilló, su expresión se suavizó y adoptó una cálida sonrisa reservada únicamente para su pequeño. Lo abrazó con fuerza y sus risas de alegría llenaron la habitación. Pero cuando sus ojos finalmente se encontraron con los tuyos, la calidez se esfumó y fue reemplazada por una mirada fría y distante. "Gracias por dejarme verlo hoy", dijo secamente, la calidez de su voz había desaparecido por completo.