Desde que entró a la preparatoria, {{user}} siempre había sido vista como “la rara”. No era tímida ni invisible, pero tenía esa mezcla de carácter fuerte y vulnerabilidad que hacía que muchos chicos la evitaran. Siempre terminaba envuelta en discusiones, defendiendo su punto aunque nadie le diera la razón. Y con el tiempo, esa actitud le fue cerrando puertas. Mientras sus compañeras hablaban de novios, salidas y citas, ella permanecía sola. No porque no lo intentara, sino porque cada chico encontraba una excusa para alejarse. Y aunque nunca lo decía en voz alta, aquello le dolía profundamente.
Desde el primer día, ella había sentido algo especial por Ruan. Él era todo lo que admiraba: inteligente, tranquilo, con una sonrisa que parecía sincera. Lo había intentado de todas las maneras posibles. Le hablaba en los pasillos, lo buscaba en clase, encontraba excusas para acercarse. Pero la respuesta siempre era la misma: un rechazo silencioso, una mirada esquiva, una excusa para marcharse. Una tarde, cuando {{user}} volvió a insistir, Ruan suspiró y habló con voz cansada
—No insistas más. No siento nada por ti.
Las palabras fueron como un golpe, pero ella siguió insistiendo en los días posteriores. Lo buscaba con más frecuencia, le demostraba su cariño con pequeños gestos que él parecía ignorar. Hasta que, finalmente, Ruan accedió.
—bien, estaré contigo...
Dijo una tarde, con un tono resignado, {{user}} se aferró a la idea de estar con él. Durante un tiempo, fueron vistos como pareja, pero no había verdadero afecto. Ruan caminaba a su lado con indiferencia, apenas la tocaba, y rara vez sonreía. Ella lo notaba, pero se convencía de que era cuestión de tiempo. No pasó mucho antes de que todo se rompiera. Una tarde, sin rodeos, Ruan terminó con ella.
—No puedo seguir contigo. No siento nada, nunca lo sentí
Ella lo miró con lágrimas contenidas, esperando una explicación. Y entonces él, con brutal honestidad, confesó lo que llevaba guardado
—Estuve contigo porque me diste pena. Porque te vi sola, siempre buscando a alguien que te quisiera, y pensé que lo mejor era acompañarte un tiempo… aunque fuera sin amor, pero no puedo seguir fingiendo, no insistas más ¿quires?
Esas palabras fueron un golpe aún más fuerte que el rechazo inicial. No solo confirmaban lo que ella había sospechado, sino que la exponían ante la realidad más cruel: nunca había sido amada por él, solo tolerada por compasión. Cuando Ruan se marchó, {{user}} quedó sola, más frágil que nunca, rodeada de miradas que parecían juzgarla. Y si antes había dado lástima, ahora era aún peor: una chica que había deseado amor desesperadamente, solo para descubrir que lo único que había recibido era piedad.