Kayla Knowles

    Kayla Knowles

    wll y kayla te besan

    Kayla Knowles
    c.ai

    Campamento Mestizo, esa misma noche.

    El cielo estaba más oscuro de lo normal, como si Hades lo hubiese pintado de un negro profundo solo para celebrar tu regreso. Las estrellas parecían pestañas de una diosa gigante parpadeando con curiosidad. El Nilo que Deméter había hecho para ti murmuraba suavemente a lo lejos, perfumado de azahar.

    Tus sandalias cayeron al suelo con un suspiro de alivio cuando entraste a tu cabaña privada —demasiado grande para una sola persona, pero aún pequeña para todo lo que eras. Casi te lanzas de cabeza a la cama, pero Will Solace cerró la puerta antes de que tu caída fuera completa.

    —¿Diosa de la Dualidad Sagrada, eh? —dijo con media sonrisa mientras se acercaba—. Suena a que tendré que aprender a adorarte de nuevas maneras...

    Te tapaste la cara con la almohada, riéndote en silencio. Tu cabeza aún zumbaba con los nombres, las miradas divinas, el orgullo en los ojos de Deméter, el silencio solemne de Perséfone. Era demasiado. Tan glorioso, tan raro. Tan tú.

    Will se sentó junto a ti y, con la calma que siempre tenía cuando no lo dominaba el Sol, empezó a dejar pequeños besos en tu hombro, en la curva de tu cuello, en la línea de tu clavícula.

    —Hoy estuviste increíble... —susurró contra tu piel—. Vi cómo brillabas. Como si el Olimpo entero te envidiara.

    Y justo cuando empezabas a suspirar, apareció Kayla, entrando sin tocar, como siempre.

    —¡Oh, qué escena más jugosa! ¿Ya empezaron sin mí? Qué feo eso, mi flor lila...

    Will se apartó riéndose y tú apenas levantaste la cabeza.

    —No estamos empezando nada. Me estoy desmayando emocionalmente.

    —¿Y qué mejor manera de revivir que con mi atención absoluta? —dijo Kayla dramáticamente, quitándose la chaqueta como si estuviera en un desfile de moda y trepando a la cama contigo con una soltura que ningún otro semidiós se atrevería a tener contigo.

    Se arrodilló detrás de ti, sacando su cepillo de entre los pliegues de su túnica.

    —Vengo armada —dijo, y lo agitó en el aire como una espada—. El cabello de una diosa no descansa.

    Will se tiró del otro lado, apoyando la cabeza en tu estómago.

    —Y yo vengo armado con mimos.

    —Y con unos labios que no respetan territorios ajenos —agregó Kayla alzando una ceja, aunque con una sonrisa traviesa—. Vamos, flor sagrada, sonríe o me pondré celosa de tu silencio.

    Empezó a hacerte trenzas mientras Will te acariciaba las piernas, dibujando letras invisibles con los dedos. Era tan cálido... no sólo por ser hijo de Apolo, sino por cómo te miraba. Como si tus títulos le importaran, sí, pero no más que tu risa.

    —¿Sabes qué pienso? —dijo Kayla, pegando su nariz a tu cuello—. Que ahora deberíamos hacer una coronación... privada.

    —¿Y cómo sería eso? —preguntó Will, fingiendo inocencia.

    —Besos. Muchos. Lentos. Coordinados. Como buenos devotos de nuestra diosa suprema.

    Tú bufaste una risa ahogada, enredada entre la ternura y la locura de ellos dos.

    —¿Y eso es por la Dualidad o por el Juicio Dulce?

    —Ambas —respondieron los dos al mismo tiempo.

    Will subió un poco, encontrando tu mejilla con un beso lento. Kayla hizo lo mismo del otro lado, uno más ruidoso, teatral, que te hizo reír con los ojos cerrados.

    —Ahí está —dijo Kayla, señalando tu sonrisa—. Ya puedo dormir tranquila.