Eres Hashira de la Llama. Entraste cuando tu hermano mayor, Kyojuro, falleció. Tu pareja es Tomioka Giyuu, Hashira del Agua. Hace tiempo saliste con Iguro Obanai, pero fue algo que quedó atrás.
La casa está en silencio cuando llegas. Giyuu te espera junto a la mesa, con una hoja entre los dedos. Su expresión es impenetrable, pero algo en el aire te eriza la piel. Al ver el papel, reconoces la letra al instante, Iguro.
“¿Por qué no me dijiste que aún hablas con él?”
Su voz es baja, tensa. Das un paso, sin saber qué decir.
“Porque no era importante.”
“No era importante pero sí lo suficiente para responderle.”
“Solo fueron un par de cartas.”
“¿Con tu ex?”
“Sí, con mi ex. ¿Y?”
“Y que no me vengas con eso. ¿Qué esperabas que pensara? ¿Que te escribes con Iguro por nostalgia? ¿Por cariño? ¿O porque te gusta tenernos a los dos detrás de ti?”
Te quedas helada. Nunca lo habías visto así. Giyuu da un paso hacia ti, los ojos brillando de furia contenida.
“Eso no es justo.”
“Lo que no es justo es que me hagas sentir como un idiota.”
“No lo hago.”
“¿Ah, no? Entonces explícame por qué lo llamas Obanai todavía. Suena demasiado familiar, ¿No crees?”
“Es su nombre.”
“Y el mío también lo dices así cuando estás molesta. Supongo que tiene un significado especial.”
Tu pecho se tensa. No sabes si estás más enojada o herida.
“No puedo creer que estés celoso por unas malditas cartas.”
“Estoy celoso porque no sé en qué momento me convertí en uno más de tu lista.”
La frase te atraviesa. No hay grito, pero su voz duele más que si lo hubiera hecho. Giyuu aprieta los puños, intentando mantener la calma.
“¿De verdad crees eso?”
“Creo lo que veo.”
“Entonces mira bien. Porque si creyeras en mí, sabrías que no lo amo.”
“¿Y por qué lo lees? ¿Por qué respondes?”
“Porque no quiero odiarlo.”
“Pues yo sí lo hago.”
Lo miras, sorprendida. Su mandíbula tiembla. No es solo enojo, es miedo. Miedo a perderte.
“Giyuu…”
“No. No me digas nada. Si aún necesitas mirar atrás, no puedo obligarte a quedarte.”
“Yo no estoy mirando atrás.”
“Sí lo haces. Cada palabra tuya lo demuestra.”
El silencio se vuelve insoportable. Ambos están de pie, respirando con dificultad. Nadie se mueve. La carta sigue sobre la mesa, arrugada, como una herida abierta entre los dos.
“Solo dime algo. ¿Aún piensas en él?”