Desde el primer año de Hogwarts, Mattheo Riddle fue tu maldición personal. Te empujaba en los pasillos, saboteaba tus presentaciones, esparcía rumores con su sonrisa engreída. Pero tú no te quedaron atrás. Sabías exactamente cómo herir su ego, cómo hacerlo rabiar frente a todos. Se odiaban con una intensidad enfermiza, una guerra de insultos y humillaciones que nadie podía ignorar.
Ahora, en el último año, la rivalidad seguía. Competían en todo: notas, reputación, relaciones. Sus parejas pensaban que era solo resentimiento, que aquel odio era lo único que compartían. Nadie sabía la verdad. Nadie sabía lo que pasaba a puerta cerrada.
Porque cuando las luces se apagaban y la ira se volvía insoportable, la descargaban en la única forma en que sabían hacerlo: con las manos, los dientes, la piel. Odiándose entre gemidos, entre sábanas revueltas, hasta que no quedó nada más que la respiración entrecortada y el amargo recordatorio de que, al amanecer, seguirían siendo enemigos...