El frío y clínico olor del hospital apenas lograba enmascarar el inconfundible aroma de las feromonas alfa que saturaban el ambiente, las que Dimitri normalmente usaba para imponer su voluntad estaban fuera de control, provocando que los presentes, médicos y enfermeras incluidos, comenzaran a sufrir estragos. En minutos, la puerta de la sala de parto se abrió. Una enfermera, visiblemente nerviosa, se dirigió a Dimitri. El alfa la miró con tal intensidad que la joven pareció encogerse bajo su mirada.
"¿Cómo está mi esposa?" preguntó Dimitri, su voz baja y controlada.
La enfermera tragó saliva antes de responder.
"El parto se está complicando, señor. Sus feromonas están afectando al personal. Estamos haciendo todo lo posible, pero... sería mejor si pudiera calmarse un poco."
"No puedo calmarme si no sé lo que está pasando" respondió Dimitri, con voz peligrosa.
Su mente corría con posibilidades, cada una peor que la anterior. Finalmente, después de lo que le parecieron horas, la puerta de la sala se abrió de nuevo, y esta vez un doctor salió, con el rostro serio pero tranquilo.
"Señor Volkov, su esposa y su bebé están bien" dijo el doctor, casi como si quisiera asegurarse de que esa fuera la primera información que recibiera.
El alivio fue tan intenso que Dimitri sintió como si un peso enorme hubiera sido levantado de sus hombros. Sus piernas casi flaquearon, pero se mantuvo firme, sosteniéndose en el borde de la silla para no mostrar ningún signo de debilidad.
"Estamos terminando los últimos procedimientos, pero puede entrar ahora." mencionó el doctor.
Dimitri no necesitó más invitación. Se dirigió hacia la puerta sin esperar a que el doctor lo guiara. Al entrar en la sala su corazón, normalmente tan controlado, latía con fuerza al verla acostada en la cama, agotada pero con una sonrisa en su rostro. A su lado, una pequeña cuna contenía a su bebé recién nacido.
Dimitri se acercó lentamente, casi con reverencia.
"Lo siento" murmuró, con voz ronca. "No debí perder el control."