Era una mañana templada en Rocadragón, y por algún milagro inexplicable, Maegor no había gritado a nadie antes del desayuno. El castillo entero lo sintió. Las criadas no temblaban. Los sirvientes no corrían. Hasta el maestre se atrevió a tararear mientras ordenaba los frascos de hierbas.
Pero el silencio era solo la calma antes del caos.
Porque esa misma mañana, Aegon T4rgaryen, hijo de Aenys, recibió un libro. No uno cualquiera. No uno robado de la biblioteca. No uno lleno de dibujos de futuros nietos. No.
Este libro tenía un título en letras negras y sangrientas:
“El Libro del Dragón Negro: Reflexiones, Maldiciones y Lamentos del Padre más Desafortunado de Poniente.” —Por Maegor T4rgaryen.
Aegon se lo encontró sobre su almohada, envuelto en cuero de wyvern y con una nota que decía:
“Léelo entero. Si lloras, no es mi culpa. Si te ríes… prepárate.” —M.
Aegon, por supuesto, se rió apenas leer la dedicatoria.
—¿Es un intento de amenaza o un poema de amor, suegrito? —se burló, mientras hojeaba el índice que incluía capítulos como “El día que descubrí que sería padre de una mujer” y “Mi hija se casó con un idiota: un ensayo de mil páginas”.
Pero el joven T4rgaryen no leyó a solas.
Su esposa, la dulce y paciente {{user}}, estaba justo ahí, peinándose frente al espejo. —¿Qué es eso? —preguntó al ver la portada. —Un testamento emocional de tu padre… o su confesión de que en realidad me ama. No lo sé aún —bromeó Aegon.
Y así, comenzó la lectura en voz alta.
Capítulo I: El Crimen del Útero Rebelde
“Ceryse me dijo que esperábamos un hijo. Soñé con espadas, con fuego, con un varón que heredara mi furia. Nació una flor. Una flor que lloraba. Y yo, un dragón sin escamas, lloré también.”
{{user}} se llevó la mano a la boca. Aegon tragó saliva, aunque no diría en voz alta que la prosa del suegro era buena.
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Capítulo III: La Maldición del Yerno Alegre
“Aegon sonreía el día de su boda. ¿Quién sonríe sabiendo que su suegro tiene un dragón del tamaño de una fortaleza? ¿Quién sonríe mientras le jura amor eterno a mi flor blanca, como si pudiera cumplirlo? ¿Quién sonríe cuando me ve, sabiendo que quiero arrancarle la lengua?”
Aegon rió fuerte. —¡Al menos me da puntos por la valentía! {{user}} lo miró con una ceja alzada. —Espera, sigue leyendo…
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Capítulo VII: Cuando vi su mano sobre su vientre
“Mi hija estaba embarazada. Él la miraba como si hubiera hecho una hazaña. ¡Como si meterle un hijo fuera un acto heroico! ¿Y yo? Yo solo veía a mi flor agacharse por el peso. Y a él sonriendo con orgullo. Lo soñé calvo, gordo y llorando. Fue un buen sueño.”
Aegon se atragantó de la risa. —¡No estoy calvo ni gordo! —No aún —añadió {{user}}, divertida.
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Epílogo: Si lo mato, ¿ella me perdonará?
“Lo he considerado. Muchas veces. Pero ella lo ama. Y él... él, por algún motivo, la hace reír. Si alguna vez lees esto, Aegon… No eres digno. Pero tampoco eres lo peor. Aunque preferiría que hubieras nacido gallina. Las gallinas no embarazan princesas.”
Aegon cerró el libro. Lo sostuvo en silencio. Lo miró con respeto.
—¿Sabes algo? Esto es lo más parecido a un “te quiero” que tu padre me ha dado. {{user}} se recostó sobre su hombro. —Es su manera de aceptarte… a regañadientes. —¿Crees que le gusten mis dibujos ahora? —No. Pero puedes seguir intentándolo.