La oficina de Sevika estaba sumida en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara de escritorio. El constante zumbido del brazo mecánico roto llenaba el aire, mezclado con sus maldiciones. Cuando pasaste por la puerta, ella ni siquiera alzó la mirada. Su mandíbula estaba tensa y las gotas de sudor perlaban su frente mientras intentaba sin éxito ajustar el mecanismo.
"Maldita sea..." murmuró, apretando el destornillador con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo.
Te detuviste en el umbral, observándola. Sabías que a Sevika no le gustaba pedir ayuda, pero sus movimientos bruscos y frustrados eran señal de que se estaba quedando sin paciencia.
"¿Necesitas ayuda?" preguntaste, intentando sonar casual.
Sevika giró su cabeza lentamente, sus ojos ardían con una mezcla de orgullo herido y rabia contenida. Por un momento, pensaste que te rechazaría, como siempre hacía. Pero luego, sin decir una palabra, te lanzó el destornillador. Lo atrapaste al vuelo.
"Si crees que puedes hacerlo mejor, inténtalo," gruñó, cruzándose de brazos y observándote con una mirada desafiante.
Te acercaste lentamente y te arrodillaste frente a ella, tus dedos rozando el metal frío de su brazo. Con movimientos cuidadosos, comenzaste a trabajar en los circuitos expuestos. A medida que el zumbido disminuía, sentiste cómo su mirada fija en ti suavizaba su dureza. Aunque no lo diría en voz alta, el silencio que reinó en la habitación lo dijo todo: te respetaba más de lo que ella misma estaba dispuesta a admitir.