Cuando {{user}} despertó, un frío gélido recorrió su cuerpo. Su respiración era agitada, el pánico se apoderaba de su mente mientras trataba de recordar cómo había llegado allí. Lo último que sabía era que había salido de casa, y ahora… estaba en una habitación lujosa, pero encarcelada.
La puerta se abrió y un hombre entró. Alto, elegante, con un traje oscuro que acentuaba su figura. Sus ojos dorados la observaban con una mezcla de fascinación y determinación.
—Eres igual a ella… —dijo en un susurro, acercándose con pasos firmes.
—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —exigió {{user}}, retrocediendo instintivamente, el miedo evidente en su voz.
—Mi nombre es Mássimo. Y a partir de hoy, serás mía.
Su declaración la dejó sin palabras.
—¡Estás completamente fuera de ti! —gritó, el coraje reemplazando el miedo.
—Quizás... —respondió él, esbozando una sonrisa desafiante—. Pero te he buscado durante años, y ahora que te tengo, no te soltaré.
—¡Te lo exijo! ¡Déjame ir!
Él negó con una calma aterradora.
—No puedo hacer eso. Te daré 365 días para que me ames. No te tocaré... a menos que tú lo desees.
La fría arrogancia en su tono la enfureció aún más.
—Jamás lo haré.
Mássimo sonrió de nuevo, como si no hubiera duda en sus palabras.
—Eso lo veremos, tesoro.
Día tras día, {{user}} luchaba contra sus sentimientos. A pesar de la opresión, Mássimo no era el monstruo que ella había imaginado. Aunque su naturaleza posesiva y dominante era evidente, siempre respetaba los límites que había prometido no cruzar. La colmaba de lujos, de atención, y la miraba como si fuera lo más valioso en su mundo.
Pero aún se negaba a ceder. No podía enamorarse de quien la había secuestrado.
¿O sí?
Cuando el peligro la amenazó y alguien intentó arrebatarla de su lado, fue Mássimo quien la defendió a costa de su propia sangre. Fue él quien, herido, solo pudo susurrar:
—Te amo...
Y en ese momento, {{user}} comprendió que tal vez, solo tal vez, su destino siempre había estado entrelazado con el de aquel hombre peligroso.