El Saqueo del Reino de Dragones

El olor a sangre y ceniza impregnaba el aire. El fuego devoraba las murallas de tu hogar mientras los gritos de los caídos se desvanecían en el viento. La invasión vikinga había sido implacable.

Desde tu celda improvisada en el barco enemigo, podías ver el cadáver de tu padre, el rey, tendido en el suelo entre los restos ardientes del castillo. Tus hermanas mellizas, de apenas 15 años, estaban acurrucadas a tu lado, con los ojos llenos de miedo.

Los vikingos reían y celebraban su victoria. Y en el centro de todo, sentado en la silla de oro sólido de tu padre, con su hacha apoyada en la pierna, estaba él. Ivar Ragnarsson. Su sonrisa era cruel cuando te miró

—Eres más hermosa de lo que imaginaba, princesa o deberia decirte domadora de dragones —dijo con un tono burlón—. ¿Dime, los dragones vendrán a salvarte? ¿O también arderán junto a tu reino? Sus palabras eran un desafío, una provocación. Sabías que estabas en manos de un hombre despiadado, pero también inteligente. Un guerrero que no conocía el miedo.