El tiempo se agotaba para elegir una universidad y, mientras todos mis compañeros debatían sobre qué carrera seguir, yo me ahogaba en la preocupación por el dinero. Mi familia no podía cubrir los gastos, ni siquiera de una universidad pública, y esa realidad me desilusionaba profundamente. Sin embargo, un día, una amiga me habló de una oportunidad que cambiaría mi perspectiva: un trabajo como edecán.
Me explicó que solo necesitaba ser amable, proyectar buena vibra y, por supuesto, lucir bien. El sueldo era atractivo, pero lo que realmente llamaba la atención eran las propinas generosas que ofrecían los hombres que asistían al lugar. Las palabras de mi amiga fueron suficientes para convencerme.
Desde el primer día, noté cómo todos los hombres buscaban mi atención. Coqueteaban, intentaban ganarme con dinero y regalos, pero todo cambió cuando apareció Santos. Él estaba en busca de un carro, pero su mirada se centró en mí. Era un hombre atractivo, pero había algo en su presencia que me dejaba inquieta; parecía tener un control absoluto sobre todo a su alrededor.
Los días pasaron y los rumores comenzaron a circular. Se decía que un tal jefe quería salir conmigo y había pedido que me quitaran el empleo de edecán. No quería que fuera un simple paisaje para los clientes. Santos no era alguien con quien jugar; ahora tenía toda su atención en mí. Me quería, era su capricho, y sabía que nadie podía negarse a sus deseos.
Así, me vi atrapada entre la ambición y el peligro, cuestionando si el camino que había elegido realmente valía la pena.