El ascensor emitió un crujido tan agudo que te heló la sangre. La cabina vibró y, con un tirón brusco, se detuvo entre pisos, dejándote atrapado en un silencio metálico. Afuera, podías escuchar a los bomberos intentando forzar la puerta, mientras la luz del panel parpadeaba como un mal presagio.
El ascensor comenzó a balancearse levemente. Perdiste el equilibrio y chocaste contra la pared fría justo en el momento en que el intercomunicador cobró vida con una voz que reconociste al instante: Christian… y estaba furioso.
”¡Cazzo! ¡Saquen a mi esposo de ahí AHORA!” Su voz retumbó por el altavoz, cargada de una mezcla peligrosa de miedo y rabia.
“Señor, por favor retroceda,” respondió uno de los bomberos. “El ascensor podría caer.”
Hubo un silencio de un segundo. Solo uno. Y luego la explosión:
”¿¡CAER!? ¡Li mortacci tua! ¡Si le pasa UNA sola cosa, un rasguño, una sombra, lo que sea… haré que todos ustedes se queden sin trabajo!”
Escuchaste golpes, probablemente él empujando a quien se le pusiera enfrente. Christian era conocido por ser implacable, pero cuando se trataba de ti, ese filo se volvía afilado como una espada.
“¡Abran esa maldita puerta! ¡Voy a sacarlo yo mismo si tengo que derribar el edificio!”