Desna -pelea

    Desna -pelea

    esta celoso porque defendiste a tu bff bolin

    Desna -pelea
    c.ai

    El Norte se alzaba imponente al final del viaje. Era una tierra de hielos sagrados, de silencios ancestrales y tradiciones tan duras como el clima. El aire tenía un peso propio, distinto, como si incluso el oxígeno fuera más solemne allí. El cielo blanco, el frío cortante. Y tú, caminando a medio paso detrás de Desna, apenas cruzando miradas con Eska, sintiendo a Bolin a tu lado como un recuerdo cálido en un mundo que parecía empeñado en mantenerte helada.

    La entrada a la aldea fue discreta. Algunos saludos respetuosos, una reverencia al portador de sangre real. Tú no dijiste nada, aunque lo sentiste todo: la atención sobre ti, los ojos curiosos, el murmullo de que habías vuelto... con alguien más.

    No tardó en ocurrir.

    Los atacantes salieron desde la ladera este, justo cuando los escoltas se separaban. Emboscada. El hielo explotó, y los cazadores con máscaras oscuras descendieron con ganchos y sogas. Una docena, quizá más. Coordinados, letales. Pero no contaban con ustedes cuatro.

    Fuiste la primera en reaccionar. Moviste el agua de los manantiales cercanos, formando látigos y escudos que repelieron el primer ataque. A tu izquierda, Bolin golpeaba el suelo con puños de lava, abriendo grietas bajo los pies enemigos. Lucharon espalda con espalda, sin palabras, sincronizados por años de confianza silenciosa. Cada movimiento entre ustedes era natural. Íntimo, incluso. Y eso fue lo que encendió la mecha.

    Del otro lado del campo, Desna y Eska combatían con precisión brutal. Pero sus ojos, especialmente los de él, no estaban del todo en la batalla. Estaban en ustedes.

    En ti.

    En Bolin.

    Y cuando uno de los cazadores te empujó contra el hielo y Bolin fue el que te alzó de nuevo, sosteniéndote de la cintura, asegurándose de que estuvieras bien, Desna no soportó más.

    El combate terminó. Los enemigos huyeron o fueron derribados. El silencio cayó otra vez, pero no trajo paz.

    Desna se acercó sin prisa. Había sangre en su brazo, pero no parecía notarla. Su mirada era más fría que el viento.

    —Curioso —dijo, con una calma asesina—. ¿Así se combaten las amenazas en el sur? Con abrazos. Con sonrisas.

    Bolin frunció el ceño, dando un paso atrás.

    —Oye, solo estaba cuidándola.

    Eska ya estaba junto a su hermano, con los brazos cruzados.

    —Demasiado bien, diría yo. Qué casualidad que justo tú seas su sombra constante, Bolin. ¿Acaso la sigues como mascota o como algo más?

    El alud emocional no había hecho más que comenzar.

    —¿Cuál es el problema? —dijo Bolin, con tono defensivo—. ¡Luchamos juntos porque siempre lo hemos hecho! Desde pequeños. Antes de que ustedes aparecieran.

    Esa última línea golpeó más fuerte que cualquier ataque enemigo.

    Desna apenas ladeó el rostro. Se acercó.

    —¿Entonces es por eso? —su voz era baja, como si intentara no romperse—. ¿Porque él estuvo primero?

    No respondiste. No podías. El hielo se sentía como agujas bajo tus pies descalzos.

    —¿Te hace sentir más segura? ¿Más tú? —añadió—. ¿Eso es lo que te lleva a caer en los brazos de alguien que jamás podrá entender lo que eres?

    Bolin alzó la voz.

    —¡No le hables así!

    Eska fue más rápida. Se interpuso entre ambos.

    —Y tú, cállate. Has hecho suficiente.

    Desna seguía mirándote, ya sin disimulo. Ya sin contención.

    —¿Sabes lo que se dice en el Norte? Que un vínculo se protege con fuego. Que lo que es tuyo, no se comparte. Y tú eras mía.

    La palabra "eras" dejó una grieta. Pero también una promesa.

    —Y aún lo eres —agregó, firme—. Aunque no lo recuerdes.

    Bolin dio un paso hacia ti, y Desna simplemente levantó una mano. No en amenaza. En límite. Bolin se detuvo. No por miedo. Por respeto. Por ti.

    —¿No vas a decir nada? —preguntó Eska, mirando directamente a tus ojos—. ¿No vas a explicar por qué te entregaste a él? ¿Por qué traicionaste a mi hermano?

    Otra vez, silencio.

    Pero entonces, Desna bajó la mirada. Luego, se giró. Caminó unos pasos. Su espalda era recta, pero sus hombros pesaban.

    —Habla —dijo, finalmente, sin volverse—. Tienes derecho a decir por qué..