Walker descendió las escaleras con pasos rápidos, casi torpes, como si el tiempo se le escapara entre los dedos. El eco de una risa femenina subía desde la sala, clara, familiar… demasiado familiar. Su pecho ardía con una mezcla de ansiedad y esperanza. Era ella. Tenía que ser ella.
Pero al doblar el último escalón, el mundo se detuvo.
{{user}} estaba sentada en el sofá, inclinada hacia adelante, riendo con una intensidad que no había visto antes. Sus dedos rozaban el brazo de Tanner, apenas un contacto fugaz, pero suficiente. Tanner estaba relajado, cómodo, mirándola como si nada más existiera a su alrededor. Como si Walker no estuviera ahí.
El silencio se volvió pesado.
Walker apretó la baranda detrás de él. Sus nudillos palidecieron.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, con una calma que no sentía.
Tanner alzó la vista lentamente. Sus ojos se encontraron por un segundo demasiado largo con los de su hermano. —Solo hablábamos —respondió—. Nada importante.
Ella se giró hacia Walker, y por un instante, su sonrisa vaciló. —Íbamos a ir a la piscina —dijo, como si necesitara justificar su presencia ahí.
Walker asintió, pero no se movió. Observó cada gesto, cada respiración compartida entre ellos. Recordó la cena, semanas atrás: las miradas que él creyó solo suyas, las risas que ahora entendía habían sido una ilusión peligrosa. Tanner había estado ahí todo el tiempo. Esperando. Callando.
El aire se volvió irrespirable.
Tanner se puso de pie y tomó una toalla, entregándosela a {{user}} con un cuidado que parecía íntimo. Demasiado íntimo. Walker sintió un golpe seco en el estómago.
—Vamos —dijo Tanner—. El agua ya debe estar perfecta.
Walker dio un paso adelante. —Sí —murmuró—. Vamos.
Caminaron juntos hacia el patio, pero la distancia entre los hermanos era un abismo invisible. No hubo palabras. No hicieron falta. En ese cruce silencioso de miradas, ambos entendieron la verdad que ninguno se atrevía a decir en voz alta.
Amaban a la misma chica.
Y desde ese momento, cada risa de {{user}} sería un campo de batalla, cada gesto una provocación, cada silencio una amenaza. La guerra no se anunciaría. No tendría reglas. Pero sería despiadada.