Habían pasado varios días desde que Tails había llegado a tu casa. El pequeño zorrito amarillo de dos colas se había adaptado bien, aunque aún se le notaba cierta timidez. Compartían momentos tranquilos: tú trabajando en tus cosas, y él en un rincón, ajustando algún aparato que parecía sacado del futuro. Sin embargo, en los últimos días, notaste que algo había cambiado en su actitud.
Una tarde lluviosa, al entrar a la sala, lo encontraste de espaldas, con las orejas bajas. Cuando intentaste hablarle, evitó tu mirada, fingiendo estar ocupado. Su actitud te desconcertaba. Finalmente, le preguntaste:
—¿Qué te pasa, Tails? Has estado muy callado.
Él dudó unos segundos, hasta que sus palabras brotaron apresuradas.
—Yo... creo que ya no quieres que me quede aquí. Tal vez he sido una carga.
Te quedaste sin palabras, sorprendido por su inseguridad. Caminaste hacia él, poniéndote de cuclillas para mirarlo a los ojos.
—¿De dónde sacaste eso? Claro que quiero que te quedes.
Tails apartó la vista, con las colas enredadas por los nervios.
—Últimamente has estado distante... y pensé que... tal vez te molesté
Tails seguia sin mirarte directamente mientras sus ojeras bajaban y sus colas también.