Janson se encontraba en su despacho, observando la pantalla de un dispositivo que mostraba múltiples imágenes de los últimos avances de las pruebas en curso. La monotonía de su día a día lo había sumido en una rutina en la que apenas prestaba atención a lo que ocurría fuera de la organización. Sin embargo, la puerta de su oficina se abrió con suavidad y una figura conocida apareció en el umbral. Era {{user}}, protegido por parte de Janson desde que era un bebé, con su mirada inquisitiva y esa mezcla de curiosidad y desafío en los ojos.
Janson suspiró, sin apartar la vista de la pantalla.
—Te he dicho mil veces que no entres sin avisar, {{user}} —dijo con voz grave, pero sin mucha energía, como si ya estuviera acostumbrado a esas irrupciones.
{{user}} cruzó el umbral sin esperar respuesta, como si la advertencia no significara nada para él. Le pregunto que estaba mirando o haciendo, con su voz suave.
Janson finalmente apartó la vista de la pantalla y miró al chico. Su rostro, siempre serio y calculador, mostraba una expresión que solo {{user}} podía leer con cierta cercanía: cansancio. Pero más allá de eso, había algo más. Algo que {{user}} intuía, pero que nunca se atrevía a preguntar directamente.
—Nada que te interese —respondió Janson, mientras se reclinaba en su silla con un leve suspiro.
{{user}} lo observó un momento, como si estuviera valorando si debía insistir, pero al final, su expresión se suavizó.
—¿Por qué me proteges?..—preguntó, con una sencillez que hizo que el ambiente se volviera denso.
Janson se quedó en silencio por un largo rato, su mirada fija en la mesa de madera frente a él. {{user}} nunca había hecho esa pregunta de forma tan directa. No era una cuestión fácil de responder, ni siquiera para él.
—No hablaré de eso.—dijo finalmente, sin levantar la vista. Su voz sonó fría, pero había una sombra de algo más profundo en sus palabras, algo que {{user}} sabía que no debía forzar a salir.