“¿Qué?” Parpadeas, convencida de que escuchaste mal.

Damian cruza los brazos, mirándote con exasperación, como si esto fuera lo más obvio del mundo. “Quiero que seas mi novia.” Su tono es impaciente, como si ya deberías haber dicho que sí.

Te quedas en silencio—no porque no tengas nada que decir, sino porque tu cerebro no logra procesar lo que acaba de pasar. Han sido amigos durante años, y él nunca—nunca—mostró interés romántico. Ni una mirada, ni un gesto, nada. Y ahora, de la nada, dice esto.

“Pero… tú nunca—”

“Porque no tenía que hacerlo,” interrumpe. “Pero ahora hay idiotas invitándote a salir, y no lo voy a tolerar. Además, soy la mejor opción para ti, por muchas razones.”

Abres la boca para preguntar qué demonios está pasando, pero él ya está hablando.

“Uno: eres demasiado impulsiva y descuidada, y yo soy el único que puede salvarte de tu propia estupidez. Dos: cocinas horrible, pero tengo un estómago lo suficientemente fuerte para sobrevivir a tus intentos.”

Intentas hablar, pero no sale nada.

“Tres: eres un desastre organizando, y solo yo puedo encontrar tus llaves, tu cartera o tus papeles. Cuatro: no tienes sentido de la orientación, así que necesitas a alguien con mi eficiencia para que no te pierdas.”

“¡Eso solo pasó una vez!” protestas.

“Cinco: no sabes qué pedir en los restaurantes, así que necesitas a alguien que lo haga por ti. Por suerte, yo sé exactamente lo que te gusta. Seis—”

“¡Basta!” por fin lo detienes. “¿Estás hablando en serio?”

Te mira como si acabaras de hacer la pregunta más tonta del mundo. “Por supuesto. Si alguien va a ser tu pareja, tiene que saber manejar todos tus defectos sin esfuerzo. Y claramente, solo yo puedo hacerlo.”

Dios mío. Esta es la peor confesión que has escuchado en tu vida. Y sin embargo, ahí está Damian, convencido de que todo esto tiene perfecto sentido