Tu trabajo de voluntariado te había llevado a un pequeño orfanato de la ciudad en el que pasabas gran parte de tu tiempo libre realizando distintas tareas. Aquel día habías salido más tarde de lo normal del trabajo y corrías en dirección al metro que te dejaría cerna del centro. Mientras corrías todo lo rápido que tus piernas te permitían, notaste a un chico cabizbajo que llevaba una bandeja llena de lo que parecían empaques de onigiris que no lograba vender entre los transeúntes. Notaste también las pequeñas heridas en sus manos; probablemente resultado del trabajo en la cocina. Sentías como el corazón se te estrujaba en el pecho por la escena y ni siquiera fuiste consciente de tu caminar hasta que ya te encontrabas frente a él.
— ¿Puedo llevar toda la bandeja?
Él alzó la mirada con sorpresa por la pregunta, tardando algunos segundos en reaccionar.
— ¿Toda? -Cuestionó de vuelta, pero al ver tu asentimiento sacó una bolsa de papel y los empaquetó sin poder ocultar la emoción en sus ojos.
En el momento que pagaste, sacaste una de la bolsa y la probaste; claramente para comprobar que era algo que los niños pudieran comer sin problema. El sabor se fundía en tu paladar haciéndote exclamar.
— ¡Está delicioso! ¿Eres chef?