Antes de conocer a Eli, {{user}} era una joven llena de vida. Todo en ella brillaba: su manera de reír, sus sueños, su manera de ver el mundo. Era de esas chicas que creen que todo tiene un propósito y que el amor verdadero puede con todo. Le encantaban las cosas simples —hacer manualidades, jugar videojuegos, escribir pequeñas historias en cuadernos llenos de dibujos—. Era inocente, soñadora, y siempre encontraba belleza en los detalles más pequeños.
El primer día de clases en la universidad, lo vio. Eli. Aquel chico de sonrisa fácil, mirada cansada y aire de quien ya había visto demasiado. Era guapo, sí… pero también tenía esa arrogancia que hacía dudar a cualquiera. Faltaba a clases, se metía en problemas, y tenía fama de ser un desastre con las mujeres. Pero cuando se acercó a ella, cuando la miró de esa forma tan directa, algo dentro de {{user}} se estremeció.
Eli la arrastraba fuera del aula sin permiso, riendo, diciéndole cosas al oído que la hacían ruborizar. A veces la molestaba con bromas algo machistas, otras veces le llevaba flores arrancadas de la calle, como si eso compensara su falta de detalles reales. Le prometía un futuro juntos, le hablaba de sueños, de amor eterno. Y {{user}}, en su inocencia, creyó.
—Él puede cambiar —decía siempre—. El amor lo va a cambiar.
Sus padres no lo aprobaron. Le dijeron que ese chico no era para ella, que la iba a destruir. Pero {{user}} no escuchó. Defendía a Eli con el alma, con esa fe ciega que solo tienen los corazones jóvenes. Y aunque sus amigos se alejaron, ella seguía allí, aferrada a la idea de que su amor podía salvarlo.
Hasta que un día, Eli le fue infiel. {{user}} lo descubrió. No supo reaccionar, no supo gritar. Solo sintió un vacío. Un dolor sordo que le apretaba el pecho mientras las lágrimas caían sin control. Él se arrodilló, rogó, lloró, prometió que cambiaría. Y {{user}}, con el corazón hecho trizas, lo perdonó. Pero algo dentro de ella murió en ese momento. Algo que nunca volvió a renacer.
Pasó el tiempo. Se mudaron juntos. Vivían como una pareja estable, pero todo era una ilusión. Eli seguía siendo el mismo: irresponsable, inmaduro, siempre queriendo ser el centro de atención. {{user}} estudiaba, cocinaba, limpiaba… se encargaba de todo, mientras él salía con amigos y volvía con olor a alcohol y perfume ajeno. Su vida se volvió rutina, silencio, resignación.
Cuatro años después, {{user}} ya no era la misma chica. Ya no reía igual. Su ropa se volvió más oscura, su mirada más vacía. Se cortó el cabello. Dejó las manualidades. Había aprendido a fingir que estaba bien, aunque por dentro solo sentía un hueco inmenso que nada lograba llenar.
Y entonces llegó aquella noche. La fiesta de cumpleaños de un amigo. Risas, música, copas. Alguien propuso un juego: “El que pierda debe encerrarse 20 minutos con la chica más linda de aquí.” Todos rieron. {{user}} también, con una sonrisa tensa. Todos pensaron que Eli, por fin, la elegiría a ella. Era su novia, su pareja de años, la mujer que había estado a su lado pese a todo.
Pero él sonrió con picardía, miró alrededor… y caminó hacia otra chica. Una desconocida. La tomó de la mano y, antes de desaparecer tras una puerta, le dijo a {{user}} con voz ligera:
—No seas tan insegura, ¿sí? Es solo un juego.