La sala estaba adornada con flores caras y luz tenue, pero nada podía disfrazar la tensión que llenaba el aire. Los padres hablaban, reían falsamente, firmaban acuerdos con manos temblorosas… mientras Vorren permanecía de pie, en silencio, en el centro de todo.

Vestido de negro, sin una sola expresión amable, con la espalda recta y los ojos fijos en ti.

Cuando tus padres lo presentaron, no hizo ninguna reverencia. No dijo “un gusto”. Solo habló cuando quiso.

Su voz era suave, pero cada palabra sonaba como una sentencia.

—Mírame bien. Desde ahora, tus decisiones ya no te pertenecen. Tus horarios. Tus amistades. Tus movimientos. Todo va a pasar por mí.

Se acercó con paso lento, hasta quedar peligrosamente cerca. Su sonrisa era mínima, forzada, y sus ojos… vacíos.

—No me interesa si estás de acuerdo. No me interesa si me odias. No estás aquí para amar. Estás aquí para quedarte.

Sus dedos rozaron tu rostro como si ya fuera suyo, con una ternura falsa y helada.

—el Omega lo quería solo para el cuando apenas lo vío.

Luego volvió a mirarte, con esa expresión que no sabías si era deseo o una obsesión enferma.