{{user}} siempre tuvo un protector incondicional. No eran solo sus padres, sino, sobre todo, su hermano. Mateo era más que un hermano; era su mejor amigo, su guía, el que creía en ella incluso más de lo que ella misma podía llegar a hacerlo. "Tú podrías ser mejor que yo, {{user}}", le decía a menudo. Ella solía reírse, pensando que eran palabras cariñosas, sin saber que él lo decía con toda la sinceridad del mundo.
El día del accidente de Mateo amaneció como cualquier otro. Era el Gran Premio de Mónaco, la carrera que siempre habían soñado vivir juntos. {{user}}, con solo diecisiete años, estaba en la grada de boxes, con una gorra del equipo y una sonrisa que iluminaba su rostro. Siguiendo su ritual, sujetó el casco de su hermano un momento, sus dedos encontrándose brevemente con los de él.
"Para la buena suerte, comandante", le susurró. Mateo le guiñó un ojo.
La carrera transcurría con normalidad, hasta que un roce, un instante de equilibrio perdido, lo cambió todo. El impacto sonó seco y metálico, helando la sangre de los presentes. El coche se partió. La estructura se astilló contra el hormigón y, de repente, las llamas envolvieron la cabina.
"{{user}}... ¿estás ahí?" {{user}},temblorosa, agarró el micrófono. "¡Mateo!" —No...no va a funcionar, comandante —su voz era un hilo, pero tranquila—. Escúchame... tienes que... seguir. Por nosotros. —¡No digas eso!¡Te van a sacar! —Eres...la mejor parte de mí... —la voz de Mateo se quebró, pero continuó—. Corre por los dos, {{user}}... Prométemelo.
Las lágrimas nublaban la vista de {{user}}. —Te lo prometo...te lo prometo, Mateo.
Hubo un último susurro, tan suave que casi se lo llevó la estática. —Te quiero,comandante...
Pasaron cinco años. Ahora ella estaba en la pista. Sus padres no apoyaban su decisión; temían que sufriera el mismo destino que Mateo, aunque su madre siempre le dejaba comida en la mesa, igual que hacía con él.
Daniel, o Dan para los amigos, era un piloto con un talento natural y un palmarés envidiable, pero prefería mantenerse al margen. La sombra de la pérdida también lo habitaba; había estado en la pista el día que Mateo murió. Desde entonces, corría con una seriedad fría, sin espacio para más vínculos en un mundo donde todo podía romperse en un segundo. Sus amigos, cansados de su actitud solitaria, lo acorralaron una noche.
—Tienes que venir a esta fiesta, Dan. En serio —insistió Luca, dándole una palmada en el hombro—. Tienes que conocer a la hermana de Mateo. Ya empezó con las carreras y tiene el talento de su hermano, te lo juro. Además, tal vez sea tu tipo, así podrás salir de la soltería. ¿Recuerdas a la niña pequeña que siempre iba con Mateo a las pistas, con esas trenzas y una sonrisa tímida? Pues esa misma.
Daniel puso los ojos en blanco, resistiéndose. Pero la mención de Mateo y la curiosidad por esa "niña" que ahora era una piloto lo convencieron. Finalmente, cedió y se dejó llevar por el grupo, aunque con la certeza de que sería una noche aburrida.
Ella, por su parte, se puso un vestido sencillo que le habían traído Sofía y Nika. Se sentía fuera de lugar. Sus amigas, un pequeño grupo de pilotas, no aceptaban un no por respuesta.
—Por una noche, deja de vivir entre motores —le dijo Sofía, pasándole un rímel—. Necesitas distraerte. ¿Y quién sabe? Tal vez encuentres a alguien con quien conectar.
{{user}} cedió.
La fiesta bullía en una lujosa suite con vistas al circuito donde al día siguiente competirían. Daniel se refugió en un rincón, con una cerveza fría Observaba el gentío con desdén, preguntándose cada treinta segundos por qué había aceptado venir
Fue entonces cuando la vio
No era la niña de las trenzas que recordaba vagamente. La mujer que estaba junto a la barra, hablando con Sofía, tenía el cabello suelto y ondeante, y unos ojos grandes que parecían absorber toda la luz de la habitación. No solo "linda", como había dicho Luca. Era deslumbrante
—¿Ves? Te lo dije. Ve y habla con ella. —No sé qué decirle—murmuró Daniel, inusualmente tímido —¿Desde cuándo un tres veces campeón no sabe abrir la boca? —bromeó Luca