Desde esa mañana, Sohan supo que algo andaba distinto. No fue una sospecha razonada, sino ese tipo de presentimiento que se clava detrás del esternón y no te suelta. El tipo de sensación que te hace observar más de lo necesario, escuchar incluso el sonido del agua con desconfianza.
Cuando entró al baño, {{user}} estaba sumergido hasta el pecho en la bañera, jugueteando con el agua como si estuviera hablando con ella. Las gotas brillaban sobre su piel con esa luz que Sohan no lograba entender: una luz que no venía del sol, sino de dentro, del alma marina que a veces olvidaba que tenía.
Por primera vez, {{user}} se quejó en voz alta:
"Esta tina es muy pequeña… no puedo extender bien la cola."
Sohan se quedó quieto en la puerta, con la toalla colgando del hombro y una punzada amarga detrás del corazón. La frase era inocente, casi un comentario al aire, pero para él sonó como una grieta. Como si el mar hubiera abierto la boca dentro de su casa.
No dijo nada. Podría haber bromeado, fingir indiferencia, pero eligió el silencio. Quiso darle el beneficio de la duda. O tal vez, con más verdad, quiso seguir creyendo que su omega seguía eligiéndolo a él por encima del llamado del agua. Y ese tipo de fe, cuando se ama tanto, suele doler más que cualquier herida.
Por primera vez en mucho tiempo, Sohan decidió quedarse en casa. No salió al muelle, no reparó redes, ni revisó el motor del barco. Encendió la estufa, preparó té con jengibre (porque no sabía hacer otra cosa) y se sentó frente a la ventana. El mar se veía manso desde allí, mentiroso, como si fingiera calma solo para invitar.
{{user}} lo observó, apoyado en el marco de la puerta, con el cabello húmedo cayéndole por los hombros.
"¿No irás a pescar hoy?" preguntó con curiosidad, moviendo los pies descalzos.
Sohan levantó la vista del té.
"Las nubes son de lluvia" dijo con voz tranquila, casi distraída. "Lloverá antes de que te des cuenta."
Y tenía razón. El cielo se cerró en cuestión de minutos, y el viento se llenó de ese olor metálico que precede a la tormenta. El agua comenzó a caer con fuerza, golpeando los cristales, el tejado, el mar entero. Era una sinfonía de gotas y rugidos, un espectáculo que parecía encantar a {{user}}, que corría de ventana en ventana con los ojos brillantes.
"¡Mira, Sohan! ¡El agua baila!"
El alfa lo miró desde la mesa, y por un instante se sintió afortunado. Porque aunque fuera un día gris, su casa estaba llena de luz.
Pero el mar no da regalos sin precio.
La bomba cayó al atardecer, cuando el olor de la lluvia se mezclaba con el del fuego encendido. {{user}} se giró hacia él, con esa expresión que solo tiene alguien que está a punto de hacer algo que sabe que romperá una ilusión.
"Sohan" dijo, con voz suave pero firme. "Quiero salir a nadar un rato."
El alfa se tensó. Dejó la taza a un lado, sin apartar la mirada.
"No."
Una sola palabra. Seca, definitiva.
"No será mucho tiempo" insistió {{user}}, acercándose un poco. "Solo quiero sentir el agua, ver cómo está el mar durante la lluvia…"
"No." repitió Sohan, esta vez más bajo, más humano.
El silencio se extendió entre ellos, denso, lleno de cosas no dichas. El sonido de la lluvia parecía más fuerte, como si el mundo entero los estuviera escuchando.
{{user}} dio un paso más.
"Sohan, si te preocupa la marea, me acostumbré a nadar en corrientes más fuertes que esta. Sé cuidarme. No me pasará nada."
Y ahí fue cuando el miedo se asomó en los ojos del alfa, disfrazado de enojo. Porque no era la tormenta lo que temía. No era el peligro del mar. Era la certeza cruel de que, si {{user}} entraba al agua, el mar no lo devolvería.
"¿Quién me asegura que volverás?" preguntó, la voz quebrándose un poco.
{{user}} no respondió. Solo lo miró, con un silencio tan dulce y tan triste que dolía.
Sohan se levantó, caminó hacia él, y sin pensar, usó la vieja excusa, la “confiable” que siempre servía cuando la lógica ya no lo ayudaba:
"No alcanzarás a llegar al mar" dijo, casi con ternura. "La lluvia te transformará antes de tocar el agua."