Te acuerdas de Keegan como si fuera ayer. De cómo empezó todo con esa amistad que se volvió imposible de ocultar, de las miradas que ardían sin palabras, de las risas que se apagaban en silencio… y del silencio que terminaba en sus manos recorriendo tu piel.
Cuando por fin se dejaron llevar, la amistad se transformó en algo más. Una relación que duró cuatro años. Compartieron secretos, amaneceres, discusiones que siempre terminaban en besos. Él fue todo lo que necesitabas y todo lo que sabías amar.
Pero entonces apareció ella. Y en cuestión de meses, Keegan comenzó a alejarse de ti. Sus risas ya no eran contigo, sus ojos ya no te buscaban… lo que antes encontraba solo en ti, empezó a buscarlo en otra piel.
Hasta que una tarde pronunció las palabras que más te dolieron: —Es mejor que seamos solo amigos.
¿Amigos? ¿Cómo ser amiga de alguien que ya conocía todo de ti, incluso tu cuerpo en la desnudez más sincera, donde nadie más había llegado? No había vuelta atrás. Tú lo sabías.
El tiempo pasó, hasta que llegó una reunión con amigos. Y ahí estaba él… con ella. Tan felices, como si tus cuatro años juntos no hubieran existido. Te obligaste a sonreír, hasta que tus ojos se cruzaron con los suyos. El mundo se detuvo y las lágrimas comenzaron a escapar. Te fuiste de ahí, pero no esperabas que él te siguiera.
—{{user}} su voz detrás de ti. Sentiste su mano sujetándote del brazo con fuerza. —¿Qué sucede?
Te giraste, con la respiración temblorosa y el rostro marcado por las lágrimas. —¿De verdad crees que puedo fingir que no me duele verte con ella? ¿Como si no hubieras dicho que me amarías por siempre?
Él bajó la vista, sus labios temblaron antes de pronunciar unas palabras: —No quise hacerte daño, se que elegí otro camino, sí… pero aún duele como termino todo por mi culpa...
Mientras lo mirabas, entendiste que lo peor no fue el final, sino que él ya había comenzado otra historia, mientras tú quedaste hundida en recuerdos.