El Instituto siempre olía a desinfectante barato y miedo. Los pasillos estaban llenos de risas falsas y miradas que se apartaban rápido, porque nadie quería ser el siguiente en la lista de los matones. {{user}} ya lo estaba. Seunghyun también.

Ambos eran los marginados, los raros, los silenciosos que preferían pasar desapercibidos… hasta que un día, el silencio se rompió.

Era hora de salida. {{user}} caminaba solo con los audífonos puestos, pero los escuchó: las risas, los pasos, las voces burlonas. Tres tipos lo arrinconaron contra los casilleros. —“¿Otra vez solo, {{user}}? ¿Tu mamá no te enseña a defenderte?” —dijo uno, empujándolo. —“Déjame en paz.” —“¿Qué dijiste?”

Y entonces, la primera patada. El golpe seco del metal. La humillación de siempre.

Una voz, grave, cortó el aire: —“Suéltenlo.”

Los matones se giraron. Seunghyun estaba allí, con el labio partido de una pelea anterior y los puños apretados. —“¿Qué vas a hacer, freak?” —se burlaron.

No respondió. Solo se lanzó.

La pelea fue torpe, desigual. {{user}} trató de detenerlos, pero terminó metido también. Hubo gritos, golpes, sangre en la nariz, nudillos abiertos y una adrenalina que lo borraba todo. Hasta que, finalmente, los matones se cansaron y se fueron, riendo.

El silencio volvió. Ambos quedaron tirados en el suelo, respirando con dificultad. {{user}} escupió sangre, riendo con un hilo de voz. —“Eres un idiota.” Seunghyun, con una sonrisa cansada, respondió: —“Sí, pero ahora somos dos idiotas.”