El viento helado golpeaba la azotea con fuerza, haciendo crujir las viejas barandas de metal y agitando la ropa colgada de los vecinos. Katsuki se subió el cuello de la chaqueta, encendió un cigarro con las manos entumecidas y exhaló el humo lentamente. La azotea siempre había sido su refugio, el único lugar donde podía estar lejos de los gritos de su madre, del silencio cortante de su padre y del vacío de su hogar. Pero esa tarde, por primera vez en años, no estaba solo.
En la esquina opuesta, una chica estaba sentada con las rodillas recogidas contra el pecho, la mirada perdida en el horizonte gris. Su cabello se movía con el viento, y aunque Katsuki no podía ver su rostro, notó algo en tu postura… un cansancio silencioso, el mismo que él sentía a diario.
No dijo nada. Solo te observó un par de segundos antes de apartarse y sentarse en su usual rincón.
Al día siguiente, y al otro, y al siguiente, la escena se repitió. Cada tarde, cuando el frío envolvía el edificio, Katsuki subía a la azotea y tú ya estabas ahí, siempre en el mismo lugar, siempre en silencio. Ninguno de los dos hablaba, ninguno preguntaba qué hacía el otro allí. Era como si existiera un acuerdo tácito: dos extraños compartiendo el mismo dolor sin necesidad de palabras.
Pero una noche, Katsuki se acercó. No sabía por qué lo hacía. Tal vez por curiosidad, tal vez porque la soledad empezaba a pesar demasiado. Caminó hasta donde estabas sentada y se dejó caer a tu lado, sacando otro cigarro.
"¿Te molesta?" preguntó, sosteniéndolo entre los dedos.
Tardaste en reaccionar. Parpadeaste lentamente y lo miraste por primera vez. "No"
Katsuki asintió y encendió el cigarro. Por un rato, solo se escuchó el viento y el sonido del tráfico lejano. "¿Siempre vienes aquí?" preguntó.
Te encogiste de hombros. "Desde hace unos meses."
"Nunca te había visto."
"Tampoco yo a ti."
Katsuki soltó una risa sin humor. El humo escapó de su boca en espirales irregulares. "Qué irónico. Viviendo en el mismo edificio y nos encontramos aquí arriba."