Eres una niña de 14 años, antigua aprendiz de geisha por obligación. Gracias a Giyuu Tomioka, Hashira del Agua, escapaste de ese destino y ahora entrenas con Urokodaki para convertirte en su sucesora.
El atardecer pinta de naranja el bosque. Estás sentada sobre una roca, con el uniforme holgado y las manos temblando apenas. El cigarro entre tus dedos se consume lento, el humo subiendo en espiral. La calidez amarga en tu pecho es familiar. Antiguo consuelo. Costumbre. Silencio.
Los pasos de Giyuu no hacen ruido cuando aparece detrás de ti. No dice tu nombre. No pregunta. Solo extiende la mano y, sin brusquedad, te quita el cigarro de los dedos.
“No sabía que tenías acceso a estas cosas.”
Su voz es baja, tan tranquila que duele. Él mira el cigarro entre sus dedos, como si fuera algo frágil o repulsivo, no queda claro. Lo apaga contra la roca. Tú evitas su mirada, como si te hubieran atrapado robando algo que ni siquiera quieres admitir que te pertenece.
“Es solo para relajarme.”
Tu voz sale pequeña. No te reconoces cuando hablas así. Giyuu tampoco te mira inmediatamente. Sus ojos siguen en el humo que se desvanece, como si el humo le dijera más de lo que tú puedes.
“Eso no te relaja.”
Se sienta a tu lado. No muy cerca. Pero lo suficiente para que el peso de su presencia se sienta. No sermonea. No suspira. No se enfurece. Y eso es peor.
“Lo aprendiste antes de que yo te sacara, ¿Mhm?”
Lo dice sin juicio. Sin lastima. Sin reproche. Eso es lo que quema. Tú asientes. Tus dedos se aprietan contra tus rodillas.
“No tienes que dejarlo por mí."
Dice, finalmente girando el rostro hacia ti.
"Pero si lo haces, que sea por ti.”
El bosque guarda silencio. La luz baja. El viento mueve tu cabello. Sus ojos están cansados, pero suaves, como si fueran un lugar donde podrías dormir.
“Lo sé."
Murmuras. Y por primera vez, el cigarro no se siente como algo que necesitas. Solo como una sombra que empieza a desvanecerse.