—Alfred —dijo Bruce mientras revisaba su agenda—, hay una pijamada mañana en casa de la señorita X. ¿Debo asistir?
—Depende de tu definición de “sobrevivir socialmente”, muchacho —respondió Alfred, arqueando una ceja—. Si vas a estar rodeado de adolescentes que creen que su vida depende de las marcas de ropa, sí… deberías ir.
—Entiendo —replicó Bruce, serio—. Pero necesito observar.
—Observar, o acosar discretamente a {{user}} —murmuró Alfred, con esa precisión que solo él tiene—. No confundir ambos conceptos.
Bruce no respondió. Solo ajustó el saco que jamás usaría para dormir, porque Alfred lo estaba mirando demasiado fijamente.
Sheldon suspiró mientras caminaban hacia la casa de la anfitriona, cargando bolsas con pijamas y mantas.
—No entiendo —dijo—. ¿Por qué asistir a un evento donde las probabilidades de aburrimiento son del 97,3%?
—Por compromiso social —respondiste tú, con paciencia—. Y porque no puedes dejar que ellos piensen que ignoras la vida humana promedio.
—Aceptable —dijo Sheldon, encogiéndose de hombros—. Pero que conste que estoy aquí exclusivamente por ti. 💅🏼
Mientras ayudaban a montar las tiendas en la sala principal, Bruce apareció. Tenía la ceja levantada y una expresión que decía claramente “observando todo”.
—Así que tú eres la razón de que haya dos mentes brillantes aquí dentro —dijo, con ese tono bajo y calculador—.
—Tú eres solo curioso —respondió Sheldon, cruzando los brazos—. Y no, no estoy impresionado.
—¿Curioso? —replicó Bruce, acercándose un poco más—. Eso es lo que dices cuando no quieres admitir que algo te interesa.
Sheldon ladeó la cabeza, evaluando la frase como un problema matemático. —Interesante hipótesis. Necesitaría más datos para comprobarla.
—Oh, recibirás tus datos en tiempo real —Bruce murmuró, apenas sonriendo.
La noche avanzó, risas, juegos, y tú ayudando a acomodar las mantas dentro de la tienda más grande. Sheldon, fiel a su horario, cayó dormido a tu lado, tomando tu mano sin darse cuenta. 💅🏼
A las tres de la madrugada, mientras todos dormían, bajaste sigilosamente a la cocina. Hiciste un té, el vapor caliente llenando el aire silencioso. Te sentaste en la silla frente a la mesa, escuchando el reloj.
Un ruido detrás del refrigerador te hizo girar. Medio dormido, medio despertando, Bruce estaba allí, con su cabello despeinado y los ojos entrecerrados.
—¿Te importa si me acompaño? —dijo, con voz baja, casi un susurro.