Llevabas apenas cuatro meses trabajando como secretaria del presidente en Kurokawa Foundation, una empresa que financiaba orfanatos y programas para jóvenes en situación vulnerable. Desde el primer día, te tenía corriendo de un lado al otro. El presidente, Izana Kurokawa, imponía respeto… y también un poco de miedo.

Pero con el tiempo, el miedo fue mutando en atracción. Era imposible no notarlo: alto, elegante y con ese aire tan serio que te sacaba suspiros. Intentabas llamar su atención a tu manera: ropa ligeramente más provocativa, algún dulce en su escritorio con la excusa de “empezar bien el día”.

Él lo notaba, claro… pero no reaccionaba.

Esa mañana, estabas revisando unos documentos cuando escuchaste pasos firmes acercarse. Te pusiste de pie enseguida. Al verlo, hiciste una leve reverencia y saludaste:

— Buenos días, presidente.

Izana te miró de arriba abajo, en silencio. Ese gesto te provocó un leve escalofrío.

— Ven, al despacho. — ordenó sin detenerse.

Y como era costumbre… lo seguiste sin decir palabra.