El eco de las risas y la música de la fiesta llenaba el gran salón del castillo. Las luces danzaban en los muros como si el propio edificio celebrara la opulencia de la noche. Sin embargo, para la condesa {{user}}, todo aquello era ruido lejano. Sus pasos apresurados resonaban en el mármol del pasillo desierto, cada uno acelerado por el fuego que ardía en su interior.
"¿Siempre eres tan imprudente?" preguntó una voz profunda y familiar detrás de ella, como una caricia que electrizaba cada fibra de su ser.
{{user}} se detuvo y giró lentamente, encontrándose con la figura imponente de Evan. El rey del reino enemigo no llevaba corona aquella noche, pero su porte altivo y la intensidad en sus ojos oscuros bastaban para recordarle su poder.
"No más que tú, viniendo hasta aquí cuando sabes que podrías ser visto" replicó ella con un atisbo de desafío, aunque su respiración acelerada la delataba.
Evan cerró la distancia entre ellos con pasos seguros. Su mano, fría y firme, atrapó la muñeca de {{user}}, y antes de que pudiera protestar, la empujó suavemente contra la pared de piedra. La textura áspera contrastó con el calor de su cuerpo, ahora peligrosamente cerca del suyo.
Sus labios se encontraron en un choque de necesidad y rabia contenida, un beso que ardía con la intensidad de secretos largamente guardados. Evan mordió ligeramente el labio inferior de {{user}}, arrancándole un gemido apenas contenido.
"No aquí" murmuró ella entrecortadamente, aunque sus manos traicionaron sus palabras al aferrarse a los hombros de él, acercándolo más.
Evan sonrió contra sus labios, una sonrisa oscura y peligrosa. "¿Por qué no? Nadie se atreverá a interrumpirnos."
Con un movimiento ágil, deslizó su pierna entre las de {{user}}, obligándola a separarlas. Sus manos firmes se posaron en sus caderas, guiándola a un ritmo lento, tortuoso. Sus ojos la estudiaban, oscuros y llenos de algo primitivo.
"Separa más las piernas, condesa" ordenó con una voz grave que le envió un escalofrío por la espalda.