Will Daniels
    c.ai

    Estaba recostado en el sofá del pequeño y acogedor departamento de mi única amiga en Nueva York. Sostenía una cerveza fría entre los dedos mientras la luz de la televisión iluminaba la sala de estar frente a mí. En la pantalla pasaban una película romántica, de esas que nunca elegiría por mi cuenta, pero que con ella se sentían diferentes. A mi lado, mi amiga bebía de su botella y, casi sin pensarlo, iba diciendo los diálogos uno tras otro, como si los hubiera aprendido de memoria. Yo la observaba de reojo, divertido, preguntándome si le gustaba más la película en sí o la idea de verla conmigo.