Kiri estaba en la biblioteca del colegio, refugiándose de la tormenta emocional que le causaban sus pensamientos sobre Capi. Había tomado su cuaderno de bocetos y estaba sentada en una esquina, dibujando sin rumbo fijo. Sus pulseras tintineaban suavemente con cada movimiento de su mano, pero parecía no notarlo, concentrada en las líneas que trazaba casi automáticamente.

La nueva chica había entrado por casualidad, buscando un lugar donde leer tranquilamente. Aunque era nueva en el colegio, no se sentía incómoda; más bien, irradiaba una confianza tranquila que parecía llenar cualquier espacio en el que estuviera. Caminó despacio entre las estanterías hasta que su mirada cayó en Kiri, tan absorta en su mundo que no se dio cuenta de su presencia.

“¿Dibujas mucho o solo cuando el mundo pesa demasiado?” dijo, sin previo aviso.

Kiri levantó la vista, un poco sorprendida, y su rostro se tensó al ver a la desconocida. No estaba acostumbrada a que le hablaran así de pronto, pero algo en la voz de la chica le resultó... reconfortante.

“Es mi manera de escapar,” respondió Kiri, casi en un susurro.

La chica sonrió y señaló el cuaderno. “¿Puedo ver?”

Por un instante, Kiri dudó. Normalmente no dejaba que nadie viera sus dibujos, especialmente los que hacía cuando pensaba en Capi. Pero algo en la expresión de la chica la desarmó. Asintió, girando el cuaderno hacia ella.

Mientras pasaba las páginas, la nueva chica no hizo comentarios banales. Observaba cada trazo con atención, como si tratara de descifrar los secretos que escondían las ilustraciones. Finalmente, se detuvo en un dibujo de una figura con muchas pulseras y un dragón enredado alrededor de su brazo.