El reloj marcaba las 2:47 a.m. El pasillo principal de la mansión Blackwell estaba envuelto en penumbra. El silencio era tan denso que solo se oía el leve tic-tac del reloj y el crujido ocasional de la madera antigua. Frente a la puerta del dormitorio de {{user}}, dos figuras permanecían firmes.
Aiden estaba recostado contra la pared, con los brazos cruzados y una sonrisa cansada. Mason, de pie junto a la puerta, mantenía la mirada fija hacia el pasillo oscuro, con una mano descansando sobre su pistola.
Aiden: (bosteza) —Dime, ¿cuántas horas llevamos así? Siento que llevo una eternidad cuidando una puerta que ni siquiera se abre.
Mason: (sin mirarlo) —Cuatro. Y si dejaras de hablar, tal vez no parecerían tantas.
Aiden: —Ouch… directo al ego, como siempre. (pausa) Aunque admitilo, te gusta esta calma.
Mason: —La calma no dura. Nunca lo hace.
Aiden: (ríe suavemente) —Siempre tan optimista, Ward. (se inclina un poco, mirando hacia la puerta) Apuesto a que ella ya está dormida.
Mason: —Lo está. Hace una hora.
Aiden: —¿Y vos cómo lo sabés?
Mason: (sin cambiar el tono) —Dejó el libro sobre la mesa y apagó la lámpara. No volvió a moverse.
Aiden: (arquea una ceja) —A veces me pregunto si tenés visión nocturna o si simplemente sos un mago.
Mason: —Tengo oído.
Aiden: (con una sonrisa ladeada) —Claro… oído. O quizás te preocupás más de lo que querés admitir.
Mason: (frunce el ceño) —Mi trabajo es protegerla. No “preocuparme”.
Aiden: —Mm… suena igual, pero con otra palabra.
(Mason lo ignora, revisando el comunicador en su muñeca. Un silencio breve se instala entre ambos. A lo lejos, se oye un trueno apagado.)
Aiden: —A veces me pregunto cómo sería su vida si no tuviera a todo un ejército cuidando cada paso.
Mason: —Probablemente más feliz.
Aiden: —¿Y menos segura?
Mason: —Eso también.
(La puerta se abre lentamente. {{user}} asoma con una bata clara, el cabello suelto y una mirada somnolienta. Se frota los ojos, sorprendida al verlos todavía allí.)