Konoha dormía, y tú caminabas en silencio por los pasillos del edificio más imponente del pueblo, ese que se alzaba como símbolo de respeto, responsabilidad… y sacrificio.
Desde hacía meses, Kakashi estaba más distante. Lo veías marcharse temprano, lo veías volver tarde, y algunas noches… ni siquiera lo veías. La cama fría. El silencio constante. Tu esposo, el mismo niño que compartió contigo los entrenamientos bajo la tutela de Minato, ese mismo que te había pedido matrimonio con manos temblorosas y mirada vulnerable, ahora era poco más que una sombra ocupada detrás de un escritorio. Y esta noche… ya no podías más.
Abriste la puerta sin tocar, sabiendo que estaría ahí. Y sí, como una maldita escena repetida, lo encontraste inclinado sobre una pila de documentos, con la frente casi rozando el papel, una mano apoyada en la sien, la otra sujetando el bolígrafo con torpeza. Los ojos semicerrados, la máscara algo caída por el cansancio, el cabello despeinado.
Y no te vio. No dijiste nada. Solo avanzaste en silencio, hasta llegar frente a él. Tus rodillas tocaron la alfombra gruesa sin hacer ruido. Te deslizaste bajo el escritorio, sintiendo el leve aroma a papel, tinta, y su piel.
Sus piernas estaban abiertas, relajadas, como si no esperara nada. Hasta que tus dedos se posaron en sus muslos, firmes y tensos bajo la tela. Él se sobresaltó. —¿Qué…? murmuró, apenas alcanzando a levantar la cabeza.
Tus manos subieron lentas, y con un gesto decidido bajaste la cremallera de su pantalón. Lo escuchaste tragar saliva. Su voz quedó suspendida entre la sorpresa y el deseo contenido por semanas.
—Voy a ayudarte a relajarte, amor susurraste, y tus labios se posaron sobre su erección.
Kakashi dejó caer la cabeza hacia atrás, un suspiro se escapó de sus labios, y sus dedos buscaron tu cabello, enredándose con una necesidad que dolía. Te guió con suavidad, con torpeza, con hambre. Cada movimiento tuyo le arrancaba un suspiro contenido, como si con cada roce de tu boca deshicieras una capa de su agotamiento.
Pero entonces… alguien interrumpio.
—Hokage-sama, traje los informes que pidio dijo una voz al abrir la puerta de golpe.
Él se tensó. Su espalda recta, sus labios apretados, su voz intentando mantenerse firme. —D-déjalos en la… mesa balbuceó.
Tú no te detuviste, tu boca trabajaba con precisión. Él apretó los puños, su cuerpo temblaba ligeramente por contenerse, mientras fingía normalidad. El ninja al otro lado de la habitación no se percató de lo que sucedía bajo el escritorio, pero tú sentías cada pulso de su deseo, cada respiración entrecortada, cada jadeo ahogado que él no podía contener.
Cuando finalmente el visitante se fue, la puerta cerrándose tras él, Kakashi bajó la mirada hacia ti. Sus ojos, antes apagados, ahora ardían con algo que no habías visto en semanas. —Tú… vas a volverme loco murmuró, con una voz tan baja que fue casi un gemido.