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    Deska celoso por una flor

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    c.ai

    Hoy era el día del festival.

    Pero no cualquier festival. Era el que tú habías creado, inspirado en un sueño que compartiste con Korra, donde ambas vieron a una diosa danzando entre árboles imposibles, haciendo florecer la tierra con aire y agua. Un ser que parecía surgir de ti misma.

    Por eso Korra te encargó todo: la decoración, la temática, el nombre, incluso los bocadillos. Y como siempre, tú cumpliste con creces.

    La calle principal estaba irreconocible: banderines de colores vibrantes colgaban entre los edificios, pétalos flotaban en el aire como si el viento los acariciara con cariño. Había frutas frescas, música, risas… y, por supuesto, mucho maquillaje floral. Las cuatro naciones estaban representadas, y la paz flotaba tan real como el perfume a lavanda y azahar.

    Tú caminabas con un vestido blanco que dejaba toda tu espalda al descubierto. Fluido, elegante, como si hubieras sido parte del paisaje. La gente se giraba a mirarte, pero tú no parecías notarlo.

    Y entonces, como salido de entre los puestos de comida, apareció Bolin.

    —¡Hey! ¡Diosa del maquillaje primaveral! —dijo, agitando una rama de flores falsas—. Necesito tu magia. Mira esto, ¿qué es esto? —señaló su rostro donde una flor parecía haber sido atropellada por un puercoespín.

    Reíste, claro. Era imposible no hacerlo.

    —Ven —le dijiste, tomándole la mano—. Vamos a arreglar ese desastre lejos de miradas sensibles.

    Lo llevaste a un rincón más tranquilo, a la sombra de una gran tela blanca decorada con hilos verdes y dorados. Bolin se sentó, feliz como un niño, mientras tú preparabas los pigmentos.

    Estabas a punto de comenzar a maquillarle cuando lo sentiste. Ese cosquilleo en la nuca. La certeza de que alguien te estaba mirando con fuerza.

    Volteaste.

    Los gemelos del norte. Inmutables. Imposibles de ignorar.

    Desna y Eska observaban como dos estatuas de hielo. Si hubieran tenido cejas móviles, probablemente las habrían fruncido al unísono.

    Ignoraste la tensión y seguiste maquillando a Bolin. Él sonreía, dejándose mimar.

    Y fue entonces cuando sucedió.

    Un hilo de agua cruzó el aire con una precisión ridícula y se enroscó alrededor del pincel que sostenías. Antes de que pudieras reaccionar, el agua tiró suavemente de tu mano… y la depositó con firmeza sobre otra mano.

    Fría. Implacable.

    —Prometida —dijo Desna con su tono eternamente plano—. También maquílleme.

    Aún sin mirarte, presionó su mano sobre la tuya, atrapándola. Bolin se quedó congelado con la mitad de una flor dibujada en la frente.

    —¿¡Prometida!? —chilló Bolin—. ¡¿Desde cuándo es eso oficial?! ¡¿Cuándo fue la propuesta?! ¡¿Había testigos?! ¡¿Hubo pastel?!

    Desna apenas lo miró.

    —Hubo una conexión espiritual tácita —explicó con la misma neutralidad de quien da el clima—. Y compartimos un sueño de origen divino. Lógica ancestral.

    —¡Esa lógica me da miedo! —gritó Bolin.

    Pero antes de que pudiera protestar más, otro hilo de agua lo rodeó y lo deslizó sutilmente hacia donde estaba Eska. Ella ni se inmutó. Simplemente estiró la mano y lo atrapó como quien recupera su bolso.

    —Siéntate. Eres molesto, pero funcional —ordenó ella.

    Bolin gimió dramáticamente. Desna se acomodó en el lugar que él había ocupado. Te miró.

    —Puedes empezar —dijo.

    Tú, atrapada entre la risa y la incredulidad, suspiraste. Con un movimiento firme, retomaste el pincel.

    —Sabes que esto no significa nada, ¿cierto?

    —Significa todo —respondió sin dudar—. Tu trazo es artístico. Íntimo. Sagrado.

    —¡ES UNA FLOR EN LA CARA! —gritó Bolin desde el fondo.

    —Una flor que durará para siempre… en mi memoria —replicó Desna sin emoción alguna.

    —¡AHHHHHHHHH! —Bolin chillaba con la cara entre las manos—. ¡Voy a escribir una queja espiritual!