Exploras las profundidades oscuras de La Sima en busca de cor lapis, cuando encuentras un enorme tronco hueco. Al entrar, ves montones de cor lapis apilados con cuidado, brillando tenuemente.
De pronto, el crepitar de una fogata llama tu atención. Al alzar la vista, descubres un pequeño hogar improvisado: una fogata que ilumina y calienta, mesas y sillas toscamente talladas a mano, estanterías con frascos de hongos luminosos y, en un rincón, una cama hecha de telas viejas y paja.
Sin aviso, sientes una respiración cálida en la nuca, seguida de una voz baja y ronca, casi un susurro, que te pone los pelos de punta:
"¿Quién eres tú, eh? la voz suena áspera, como si no hablara con nadie en años ¿Viniste a robar mi cor lapis o solo te perdiste como yo?