Tu mejor amigo es Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Eres Omega igual que él. Tus ojos son completamente negros, sin pupilas, lo que suele asustar a la mayoría de personas, aunque a él ya se acostumbró, más o menos. Vives con Giyuu desde hace años; él te cuida como a una hija, aunque nunca lo haya dicho en voz alta.
La discusión comenzó como cualquier otra: pequeña, insignificante, de esas que normalmente terminaban con silencio incómodo y luego perdón a medias. Pero hoy, algo se quebró.
"¡Ya estoy cansada de que me ignores!"
Gritaste, con la voz cargada de frustración adolescente. Giyuu no respondió, solo se mantuvo de pie frente a ti, con esa calma que a veces dolía más que los gritos.
"¿Por qué no dices nada? ¡Haz algo, papá!"
El silencio que siguió fue brutal. Ni siquiera el viento se atrevió a soplar entre los dos. Giyuu parpadeó lentamente, como si la palabra lo hubiese golpeado en el pecho. Dio un paso atrás.
"No vuelvas a llamarme así."
Su voz era baja, quebrada, diferente y tus labios temblaron. No lo dijiste con mala intención, simplemente se te escapó. Lo sentías así, lo veías así. Pero él no lo aceptó. Balbuceaste, buscando sus ojos.
"Yo…"
"No."
Repitió, esta vez más firme, como si necesitara proteger esa herida invisible.
"No lo hagas."
La incomodidad llenó la habitación. Él desvió la mirada, cruzando los brazos como si quisiera alejarse, pero no podía. Tú bajaste la cabeza, con un nudo en la garganta que dolía más que cualquier herida física.